Para el cazador de sirenas.
Giran las tres manecillas alocadas de la máquina del tiempo, que se alargan dulcemente cuando faltan dos botones para las tres y cuarenta de las dos de la mañana, y la sirena está tirada en el piso maloliente…
Y no importa la saliva, más bien son mejores las babas, para entibiar la rosa blanca que recién ha sido cortada y es mejor cuando no hay espada de fuego, cubriendo de ese Edén la entrada, y por todos los rincones puede, ir la boca desdentada…
Y se imagina el dulce olor de aquella hermosa rosa color rosa, que aún tibias por el alcohol debe tener las corolas, y como un ciervo muerto de sed se saciará en ellas como en una fuente, de forma descontrolada…
Y dará gracias infinitas al diamante azulado, que algún genio pervertido inventó para estos casos, en que el alegre cazador no tira flechas, menos dardos, y en un arranque de emoción, y sin quitarse los zapatos, como un vampiro aterrador habrá de hurgarla, en los puntos sanitarios…
Y ya quedando satisfecho, hará venir a sus muchachos, el bartender del lugar, y a los dos gorilas blancos, que lo ayudan a limpiar lo que queda después del trabajo, no sin antes aprovechar para saciar placeres bajos, mejor aún si es cortesía de la casa como parte del salario…
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